Cuentan que, hace más de un siglo, en una aldea remota del Mediterráneo nació una crema que concentraba todo el poder de regeneración de la naturaleza.
Fue creada por una sabia mujer que aseguraba conocer el secreto de la receta original, procedente de la Antigua Roma. Gente de todas partes venía a visitarla con el fin de aliviar dolencias de la piel.
El ritual era siempre el mismo: aplicar el ungüento murmurando un mantra de protección: “quaerere cura, curabo te”, que significa algo como “busca el cuidado, que yo te lo doy”.
La efectividad de la crema era tal, que siempre fue asociada a estas palabras, por lo que se la comenzó a conocer como Kerere, la cuidadora.